lunes, 21 de junio de 2010

2- EN EL QUE UNO DE LOS GATOS PIENSA

Ninguno de los días de ese verano fue especial. El sol se había extendido en el tiempo, y todo tenía siempre la misma cantidad de luz, la misma temperatura y pureza del aire. Lo que más cambiaba los días, si había algo con lo que diferenciarlos, era lo último que dije. La pureza del aire. A veces un aumento de vapor, mínimo y hostil, me obligaba a elegir un nuevo lugar en la terraza. Pero si no, nada. Tiempo, sostenido por el sol y por la sangre. Me encontré un día absorto en mis pensamientos, nunca supe hace cuánto estaba así.
Mis bigotes son largos y finos, el sol les da un brillo blanco y filoso. Medio espiando la luz irradia en mi costado, me encandila. Yo sé que es mi propio bigote, pero me pongo incómodo. Como si tuviera el espíritu (mi espíritu)al lado y encima que NO SALE DE MI BOCA.
Acá todos los días morían gatos. Es imposible que diga esto, no tengo conciencia de la muerte. Pero recuerdo que las sombras que modificaban el paisaje, eran sombras de gatos, y que caían tan rápido que el aire modificaba apenas el espesor de su violencia, y cuando estaban esparcidos en el piso (fue tan rápido la caída que decir medio segundo no es preciso) la sangre roja y caliente llenaba las cosas, todo eterno, radiante, igual a sí mismo.

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